domingo, 17 de agosto de 2014

Cartas a María


Carta 27
25 de abril, 2014
En algún café de San Martín.



 Fueron dos segundos. Dicen, sabios de todos los lugares remotos de la Tierra, que eso es lo que dura una respiración. Un instante. Apenas un milésimo tiempo en el que respiramos y tomamos un envión. Nuestras mentes pueden volar más que la velocidad de la luz. Una sola palabra puede disparar una enorme cantidad de pensamientos catastróficos, hermosos, peligrosos, dudosos y únicos.

 
Tenías las manos húmedas.
 
  Dos segundos dura el beso de los enamorados de Septiembre. Dos segundos dura la caricia de una persona sobre la mejilla de la otra. De dos segundos a 1 hora -récord que estableció Mohamedd Alahmej en el Siglo XV- es lo que dura un abrazo. Un apretón para quitarnos las penas y olvidarnos de cualquier temor. Dos segundos dura la mirada fugaz de un amor pasajero, de verano, o lo de los subtes. Dos segundos puede durar la decisión de correrla por el andén y rogar que Dios interceda y corte el trayecto, o de quedarnos parados viendo cómo nuestra vida se esfuma.
Dos segundos, dura un adiós. Silencioso, inhóspito, sin cabida en un corazón aún latente. Dos segundos duró mi vida recorrida en tu sonrisa cuando escuché que te habías ido. Fuiste mi primer gran pérdida. Nunca mis lágrimas tuvieron más sentido que en esos días. Mi corazón latía en un compás sin precedentes. Dos segundos me bastaron para maldecirme en mil idiomas porque dos segundos había durado mi decisión de no ir a visitarte ese Domingo, sino el Lunes luego del trabajo. Iba a comprarte un libro que hacía rato quería que tuvieras, y, te juro, que todavía está esperando en mi mesa de luz a que lo pases a buscar. Iba a contarte de mis progresos en Teatro, de mi novia, de mi y de lo que me ensañaste "a que nadie te pise". Iba a acariciarte mucho y abrazarte. No fueron muchas las demostraciones de afecto hacia vos, pero si de vos hacia mi, y hacia mi familia, mis hermanos, mis primos. Rodeados de flores y abrazos te despedí. Y juré que jamás te olvidaría. Apreté fuerte las manos de Martín, de Marlene, de Nico, de Gonza, de todos... Rogando que nunca dejes de llamarme. De hacerme los licuados de banana, de prepararnos la cama, la ducha y la ropa que le sobraba a Alfredo cuando nos quedábamos a dormir. Que nos llamaras a meternos a la pelota, con cocas, galletitas y todo lo que vos nos dabas. Tu amor es impagable, me queda grabado en el pecho como un tatuaje que jamás voy a exhibir. Voy a extrañarte, en cada sonrisa, en cada caricia, en cada mirada, en cada locura que tenga. Te tengo dentro. Para siempre.
Y te juro, por mi vida, por mis entrañas, por mi carne, que te voy a volver a buscar, te voy a traer de vuelta y voy a cuidarte.
Te amo Tía. Y se que ahora mismo estas acá a mi lado, esperando a que termine de escribir éste desahogo para abrazarme. Porque así eras vos.
Te amo.
Feliz Cumpleaños.

jueves, 14 de agosto de 2014


Libro Primero *



 

Él siempre quiso vivir en el cielo. Si al haber llegado al mundo le hubieran abierto la puerta de par en par y le hubeiran susurrado al oído : "elige", él sabía cuál iba a ser su respuesta. No podía imaginar la vida sin contemplar aquella inmensidad. Sin soñarla una madrugada siquiera. Con ojeras en los ojos, salía de su humilde casa, una choza de esas que se acostumbran ver en la aldeas pequeñas de Europa del Sur: pequeña, hecho con ladrillones de barro y alfalfa, unas tejas coloradas decorando la entrada y un aroma a caña y mirra. Alejado del poblado, recorría los matorrales que cubrían gran parte de su campo. Tenía la costumbre de levantarse al alba. Se ponía unos pantalones de corderoy bien cómodos, una camisa de lino blanco, su boina, unos cuántos cigarros y su anotador. En el, dicen, tomaba nota la forma cambiante que tenía el mundo a cada hora, cada mes, en los distintos años. Caminaba por un sendero de color rojizo que había trabajado con su padre apenas habían arribado a aquel lugar buscando paz y un nuevo rumbo. Pasó por delante de los caballos que se apaciguaban a la luz de un sol que empezaba a asomar. Unos 40 metros más a la izquierda se encontraba la entrada a un bosque de cerezos, conocido en la Francia como "Foret de Prunes" el más importante del condado. Eran muy sabrosos, en el mes de Abril, cuando la Primavera regocija al viejo Continente, el lugar se llenaba de amantes pasajeros que buscaban una historia de locura y pasión para luego contarles a sus nietos, o los novios perezosos que buscaban una nueva excusa para seguir juntos. Se detuvo frente a la abertura que cubría un gran tronco de color cuasi grisáceo, se colocó bien la boina y trepó para tomar unos cuántos frutos. Hoy era Jueves, "los Jueves ameritan más de una hora y media", pensó. Giró sobre sus talones y encaró derecho hacia el este, sabía el camino de memoria. Lo repetía 14 veces a la semana, 672 en un año. Ésta era su visita 15456, un mismo 11 de Mayo en el 1919, había comenzado con estas excursiones. Es muy raro su origen, y dificil de recordar. Yo había escuchado su historia estando en un bar de Amsterdam cuando un viejo amigo -que el Todopoderoso lo tenga en la Gloria- me había anunciado que existía un árbol de tal tamaño que la rama más alta se escurría por entre las nubes. Pero sólo había un hombre que conocía de su paradero. Al ruedo, pues, me lanzé a buscarlo. Tomé el primer tren a París y alli desembarqué. Me instalé en un departamentito que olía a cloro y rosas, el dueño no era otro más de los que quieren aprovecharse de los turistas, pero cómo mi urgencia era mucha, le entregué los 50 euros que pedia por una sala que no tenía más que una cama bajita, un baño donde el agua se salía a chorros, una garrafita pequeña de gas, la vista daba a un estacionamiento que se caía a pedazos, y no pretendía ue me dieran un desayuno, pero un "Buen Día", no le hace mal a nadie... Suficiente. "Turista, sí, claro", le sonreí. Pasé más de mis 40 años deambulando por un Continente que me había adoptado involutariamente como hijo, luego de la repentina muerte de mis padres en Turín. De ahí desemboqué por hoteles, bares, cafés, trincheras y cocinas. Bombai, Nueva Delhi, Ciudad del Cabo, Egipto, Isla de Creta, Barcelona, Glasgow, y, finalmente, Sofía, dónde me instalé de una vez por todas, más por falta de dinero que por comodidad. Allí, pude trabajar por una guitas en un café de mala yunta, y cuando se disparó la guerra de la ex Yugoslavia, decidí que era tiempo de tomar un atajo.
                                        


- ¿Señor Lichsteinen? Qué lo trae por aquí- me sorprendía su vuelta, no lo esperaba en Holanda sino hasta entrado Octubre

-Lo mismo de siempre, Roy...- Levantó levemente su boina verde y con una ceja elevada me sonrió.

- Una buena medida de escocés, perfecto.... Tomé el pedido y se lo coloqué en su mano cuánto antes, no le gustaba la espera, y si lo hacía en menos de 5 minutos, había recompensa. Una buena historia me esperaba...

- Ha cambiado éste viejo lugar eh, Roy - Escudriñaba entre sus lentes con forma de luna llena a los que invitaban a ser personajes de un cuento digno de Dante.

- No mucho, sólo que los clientes ya no son los mismos. Se están muriendo, Señor Lichsteinen...- al mismo tiempo que le respondía miraba lo que nos rodeaba. Era verdad, ya no era la misma cantidad de hace treinta años, ni tomaban lo mismo de antes. Pero el círculo es así, y daba lástima. Los que estaban tenían un aspecto deplorable, y tuvimos que implementar la venta de té y de comidas sin sal. Ya no existía la alegría. O peor, dudo que haya estado alguna vez.- Cómo va su nuevo libro, Señor?...

-Creo que no debo repetirte que odio que tú me llames así. Déja eso a los aristócratas. Mi madre no estuvo 9 meses pensando un nombre para que sólo me digan Señor Lichsteinen... suena tan... ¡Aristócrata! ¡Sí, eso es!- su mano sostenía levemente el vaso. El whiskey había bajado más de la mitad ya- Y si, ya casi lo termino. Pero no creas que tendrá éxito por lo que dice... ¡Ya nadie tiene nada para decir!.

-¿Tienes algo para mí hoy?- Lo corté enseguida, sabía lo que se venía. Una catarata de agravíos en contra del sistema y cómo la juventud se venía al suelo, y bla bla bla, era inminente. No, no tenía ganas de eso.

- Ésta sí es buena, acércate un poco más muchacho. Te conozco y sé de tu andar nómade que tienes. Enseguida saldrás al ruedo...

-Me conoces, Gabriel. Pero, para mala suerte, no he conseguido reunir mucho dinero en este lugar, y hago horas extras en una calesita del centro, no hay caso- le negué con la cabeza. No era de mi costumbre quedarme más de dos meses en un lugar. Pero ésta vez la vida me estaba ganado, tal vez tiene razón el viejo.

-Sí, y te apresuras demasiado. Yo te costearé ese viaje- dijo casi a los gritos y le pegó un manotazo a la mesa de madera que crujío por debajo de nuestras manos. Intenté callarlo unos segundos, sin embargo se veia convencido, y realmente se me venían las ganas de encarar un nuevo destino. -¿Te has quedado perplejo, eh, Roy? ¿Me has oído bien? No quiero excusas ni negativas, hoy mismo partirás hacía París, irás en el Tren de las 00:10.-me miraba fijo...

-Gabriel, te lo gradezco muchÍsImo, pero sé de tu situación...

-¡No seas estúpido, muchacho! Yo ya soy un viejo decrepito, cómo casi todos en este lugar. No me queda mucho que vivir, pero a tí si. Y debes serme fiel, ésta vez va por mí. No vas de turista, vas con una misión- Sus ojos me penetraban del todo. Sentía como si quisiera traspasarme el cerebro. Nunca lo había notado asi.

-¿He escuchado bien? ¿Dijiste misión, Gabriel?- el viejo estaba loco, de veras estaba loco.

-¿Problemas de audición, Hanks? Veo que el tiempo pasa para todos...-bebió un largo sorbo de la bebida y la liquidó. Se desajusto un poco el chalequito marrón que llevaba y se acomodó la barba entrecana.

-¡Mira quién habla!¡Salud!

-Salud... -Eructó. Igual nadie lo percibió, estaban todos realmente muy mal. Se inclinó sobre la mesa y me alentó a imitarlo, se ve que quería ser sútil- ¡Demonios! Vas a ser el primero en saberlo, ¡qué mas da! Escucha y presta atención- la cicatriz con forma de medialuna que llevaba en el pómulo derecho se hacía mas clara a medida que se acercaba a la luz de la vela, tal vez me contaría cómo se la hizo, eso sí que era un misterio- ¿qué no lo era en el Señor Lichsteinen?-. Frunció un poco el entrecejo y volvió clavarme sus ojos castaños en los míos, con un párpado más caido que el otro. Estaba claro que esto no era uno de sus juegos. Su nariz respingada se movía al compás de que me recitaba una historia que parecía épica. Me había convencido. Recorrí el salón llenos de viejotes y fui hasta mi cuarto. Abrí el cajoncito con mi mesada, mi sueldo -lo que quedaba de él- y unas propinas. Un viejo saco, un sobretodo, el sombrero, los cigarros y un despertador. Tomé el anotador del saco de Gabriel -me había sugerido que lo llevase conmigo- y los boletos del tren. Estaba dormitando sobre la mesa. La baba le cubría la cara. Eran las 23:10. Todavía quedaba una hora.

*Novela a construir por Joachim Schiam (y no se sabe con certeza cuándo lo hará) 

Desgarrar el aire

Hay momentos en que el pecho siente una presión de ahogo, de necesidad de explotar. Son momentos donde uno se hace mil preguntas y no aparece ninguna respuesta. A veces, no importa el lugar, no importa el espacio. Puede ser en una cantina, en una cancha, o recostado sobre la almohada. Puedes estar en un concierto, en una reunion de familiares perdidos, en una orquesta de pánico. Pero aún así, el vértigo ese que sientes en el cuerpo aparece sin razón. Como si algo adentro tuyo te empujara, y otro peleara al unísono con aquel para tirarte atrás, una y otra vez.

Empiezas a planear miles de estrategias de escape, miles de frases, miles de excusas. Tu mirada se fija en la nada, pero saben bien qué estan mirando. Tus manos se agarran entre si para sotenerte del agobiante temblor. Tus ojos se nublan por completo con un elixir llamado lágrima. Las moléculas alrededor dan paso a un vacío inmenso en el cual el eco de tus pensamientos se multiplican. Tu corazón empieza a dejar salir esos sentimientos que guardas tan hondo, que casi ni uno los reconoce.

Se te hace difícil salir, patear, corromper ese orgullo, cual cerrojo, que te impide ser realmente. Tu alma te brota desde los poros y tu garganta se desvive por narrar. Tú mismo te odias. Tu cuerpo empieza a andar en un camino sinuoso de péndulos y desvíos.

Pero tu meta es otra. Es encontrar el modo de dejar salir tu alma en carne. Es perder el miedo. Dejar de ser mediocre, dejar la cobardía de lado. Es arriesgarte a un si, a un no, aun "ni siqueira", a un "tal vez Señor Presidente".

Es nombrarla, es gritar su nombre. Seguido de un "me estoy enamorando de vos".

Joachim Schiam


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